lunes, 19 de septiembre de 2011

Elegía para tí elegía para mí

Yo seguiré soñando mientras pasa la vida,
y tú te irás borrando lentamente de mi sueño.
Un año y otro año caerán como hojas secas
de las ramas del árbol milenario del tiempo,
y tu sonrisa, llena de claridad de aurora,
se alejará en la sombra creciente del recuerdo.
Yo seguiré soñando mientras pasa la vida,
y quizá, poco a poco, dejaré de hacer versos,
bajo el vulgar agobio de la rutina diaria,
de las desilusiones y los aburrimientos.
Tú, que nunca soñaste mas que cosas posibles,
dejarás, poco a poco, de mirarte al espejo.
Acaso nos veremos un día, casualmente,
al cruzar una calle, y nos saludaremos.
Yo pensaré quizá: " Qué linda es todavía."
Tú quizá pensarás: " Se está poniendo viejo "
Tú irás sola, o con otro. Yo iré solo o con otra.
o tú irás con un hijo que debiera ser nuestro.
Y seguirá muriendo la vida, año tras año,
igual que un río oscuro que corre hacia el silencio.
Un amigo, algún día, me dirá que te ha visto,
o una canción de entonces me traerá tu recuerdo.
Y en estas noches tristes de quietud y de estrellas,
pensaré en ti un instante, pero cada vez menos....
Y pasará la vida. Yo seguiré soñando;
pero ya no habrá un nombre de mujer en mi sueño.
Yo ya te habré olvidado definitivamente
y sobre mis rodillas retozarán mis nietos.
(Y quizá, para entonces, al cruzar una calle,
nos vimos frente a frente, ya sin reconocernos.)
Y una tarde de sol me cubrirán de tierra,
las manos para siempre cruzadas sobre el pecho.
Tú, con los ojos tristes y los cabellos blancos,
te pasarás las horas bostezando y tejiendo.
Y cada primavera renacerán las rosa,
aunque ya tú estés vieja, y aunque yo me haya muerto.
José Ángel Buesa

Amor tardío.

Tardíamente, en el jardín sombrío,
tardíamente entró una mariposa,
transfigurando en alba milagrosa
el deprimente anochecer de estío.

Y, sedienta de miel y de rocío,
tardíamente en el rosal se posa,
pues ya se deshojó la última rosa
con la primera ráfaga de frío.

Y yo, que voy andando hacia el poniente,
siento llegar maravillosamente,
como esa mariposa, una ilusión;
pero en mi otoño de melancolía,
mariposa de amor, al fin del día,
qué tarde llegas a mi corazón...
José Ángel Buesa


jueves, 15 de septiembre de 2011

Esto se ha acabado aquí.

Estas serán las últimas palabras de las que seas protagonista. Mejor así. Se acabaron las sonrisas desganadas, se acabaron los favores a cambio de nada, se acabaron los momentos oportunistas y las miradas que parecen perdonarme la vida. Se acabaron tus gilipolleces gratuitas. Escupo palabras feas de la boca. Casi tan feas como tus cumplidos o como tú, quién sabe.

No perderé mi tiempo en invertirlo preguntándome cómo puede existir gente como tú, ya no lo haré más. Supongo que tiene que haber gente de todo tipo...

Jamás he podido permitirme el lujo de alimentarme de tanta rabia; y es que es tanta que me quita el hambre.

Poco me preocupa ya cualquier cosa. No se trata de perder o ganar, se trata de vivir, de convivir y hacerlo como mejor puedas. Se trata de tatuar en la piel tu propio estilo de vida. El mío es amor y felicidad; el tuyo es envidia e inseguridad.

Y si piensas que este bonito y unido trisquel se va a subir a la acera para que pase tu preciosa limusina, te confundes. De aquí no se mueve. Promete seguir siendo tu peor pesadilla cuando cierres los ojos.

Ahí te quedas.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Todo lo que soy se lo debo a mi ángel.

Por tí. Por ser tan grande y tan pequeño a la vez. Por cada momento inesperado que me regalas. Por ese labio que dice que algo escondes. Por esa mano que abarca las dos mías. Por esa fuerza interior que te caracteriza. Por esas ganas de verme y esa alegría que desbordas al encontrarme. Por esas palabras y esos consejos. Por esos errores. Por esas verdades. Por esos esfuerzos. Por ese cariño y ternura. Por cada paso que das. Por esas ganas de vivir.

Por esa sonrisa.

Por tí.
Porque estás aquí, para siempre.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Deja que me quede un rato más aquí..

Y antes de que te des por vencido, piensa que ésta es la única vida que podemos compartir.

Imagen de El Diario de Noa





















Me has regalado un sueño que supera cualquier realidad.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Y comprender que tal vez amar es otra cosa..

- ¿Acaso me está queriendo decir que lo de Nereida y Fonchito es amor?
- Pues no lo sé. Oiga, ¡qué preguntas! Sólo sé que los dos se quieren ver; que hablan mucho, comparten ideas, sentimientos, risas, besos, disfrutan el uno con el otro y se empiezan a necesitar... Cuando están juntos el resto del mundo se les olvida; ellos están hechos de la misma materia que los sueños.
- Parece que tiene razón. ¿Y, entonces...?
- Entonces nada. Los principios les ganan la batalla...



Miedo a amar. ¿Qué puede haber más hermoso? ¿Qué riesgo mayor vale la pena correr? Con lo bonito que es entregarse a la otra persona, confiar en ella y no pensar en nada más que en verla sonreír.
El amor más hermoso es un cálculo equivocado, una excepción que confirma la regla, aquello para lo que siempre habías utilizado la palabra "nunca". Qué tengo que ver yo con tu pasado, yo soy una variable enloquecida de tu vida. Pero no voy a convencerte de ello.

El amor no es sabiduría,es locura...

viernes, 9 de septiembre de 2011

Y tú Fonchito, ¿cuándo me vas a regalar la Luna?

Fonchito se moría de ganas de besar las mejillas de Nereida, la niña más bonita de su clase. Nereida tenía unos ojos grandes y muy vivos, una naricilla respingada, unos cabellos negrísimos y una tez blanca como la nieve que debía ser -pensaba Fonchito- más suave que la seda.

Un día, durante el recreo, se atrevió a acercarse a ella y, sin que lo oyeran sus compañeros que jugaban alrededor, le dijo:
- Me gustaría darte un beso en la mejilla. ¿Me dejarías?

Nereida, ruborizándose ligeramente, lo miró muy seria antes de responder:
- Te dejaré si bajas la luna y me la regalas.

Fonchito se quedó tristón y desmoralizado. ¿Qué significaba esa respuesta sino que Nereida nunca le permitiría besarla en la mejilla?

Pero desde entonces empezó a hacer algo que no había hecho nunca antes: pasarse mucho rato mirando la Luna embobado desde el balcón o la azotea de su casa. Es decir, cuando la Luna salía, lo que ocurre rara vez en la ciudad de Lima, cuyo cielo suele estar cubierto de nubes muchos meses del año.

Uno de esos raros días en que lucía en el cielo limeño una Luna redonda como un queso, luego de estarla contemplando mucho rato, Fonchito, dando un suspiro, se disponía a bajar a su cuarto a acostarse.


Y en eso, con un aceleramiento del corazón advirtió de pronto que la Luna no sólo estaba en el cielo sino también en sus pies, reflejada en el balde-regadera que usaba don Rigoberto, su padre, para regar los maceteros con geranios que daban color y vida en la azotea de su casa. Se fue a acostar, feliz y agradecido a la casualidad o a los dioses, porque, estaba seguro, había encontrado la manera de cumplir con la exigencia de Nereida.

Al día siguiente se lo dijo, en el recreo de la media mañana:
- Ya está, ya sé cómo bajarte la Luna y regalártela. ¿Cuándo podría ir a tu casa de noche, a la hora que sale la Luna?
- Nunca- le respondió Nereida-, salvo un jueves. Porque los jueves mi papá se va al club con sus amigos y mi mamá juega al bridge con sus amigas.

El siguiente jueves, Fonchito se presentó en casa de Nereida al anochecer. La niña, a pedido de él, lo llevó a la terraza. Fonchito observó el cielo y sonrió. Tenía suerte: ahí estaba, amarilla y redonda, refulgiendo con un brillo pícaro. Entonces, pidió a su amiga  que te trajera un lavador o una olla llena de agua. Nereida lo hizo. Y se quedó observándolo intrigada. Fonchito cogió el recipiente, miró el cielo, se movió por la terraza buscando el lugar más adecuado y, por fin, depositó el lavador en el suelo. Con la mano, hizo que su amiga se acercara.

Cuando Nereida llegó junto a él y miró lo que la mano de Fonchito señalaba, vio en el fondo del recipiente, temblando levemente con el movimiento del agua, una pequeña Luna redonda y amarilla. Estuvo mirándola mucho rato sin decir nada y sin mirar a su amigo.

Fonchito se preguntaba si el corazón de Nereida estaría golpeándole el pecho tan fuerte como su corazón golpeaba el suyo. Supo que sí cuando Nereida, todavía sin mirarlo, le acercó la cara para que la besara en la mejilla.

Mario Vargas Llosa

martes, 6 de septiembre de 2011

Quien no arriesga, no vuela.







...Y cuando se hizo grande, su padre le dijo:
-Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes obligación de volar, opino que sería penoso que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Dios te ha dado.
-Pero yo no sé volar – contestó el hijo.
-Ven – dijo el padre.
Lo tomó de la mano y caminando, lo llevó al borde del abismo en la montaña.
-Ves hijo, éste es el vacío. Cuando quieras, podrás volar. Sólo debes pararte aquí, respirar profundo, y saltar al abismo. Una vez en el aire extenderás las alas y volarás…
El hijo dudó.
-¿Y si me caigo?
-Aunque te caigas no morirás, sólo algunos machucones que te harán más fuerte para el siguiente intento –contestó el padre.

El hijo volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros con los que había caminado toda su vida.
Los más pequeños de mente dijeron:
-¿Estás loco?
-¿Para qué?
-Tu padre está delirando…
-¿Qué vas a buscar volando?
-¿Por qué no te dejas de pavadas?
-Y además, ¿quién necesita volar?

Los más lúcidos también sentían miedo:
-¿Será cierto?
-¿No será peligroso?
-¿Por qué no empiezas despacio?
-En todo caso, prueba a tirarte desde una escalera.
-…O desde la copa de un árbol, pero… ¿desde la cima?
El joven escuchó el consejo de quienes lo querían. Subió a la copa de un árbol y con coraje saltó… Desplegó sus alas. Las agitó en el aire con todas sus fuerzas… pero igual… se precipitó a tierra…
Con un gran chichón en la frente se cruzó con su padre:
-¡Me mentiste! No puedo volar. Probé, y ¡mira el golpe que me di!. No soy como tú. Mis alas son de adorno… – lloriqueó.
-Hijo mío – dijo el padre – Para volar hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen.
Es como tirarse en un paracaídas… necesitas cierta altura antes de saltar.

Para aprender a volar siempre hay que empezar corriendo un riesgo. 
Si uno no quiere correr riesgos, lo mejor será resignarse y seguir caminando como siempre.

Jorge Bucay



20071115.jpg

Arriésgate, vamos. No te quedes ahí sentado. Dame la mano, volaremos juntos. Marcharemos bien lejos de aquí, donde nadie nos moleste y la luna siempre esté llena... de cosas buenas.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Eres inevitable, casi como respirar.



Es inevitable esperar a que cruces de nuevo mi camino, para robarte un último beso.

Perdóname, pero es que es inevitable.

Amor enlatado



Los amores con fecha de caducidad terminan siempre pudriéndose antes de tiempo. Consúmalo antes de que se consuma.