Unos vienen, y otros se van. Otros se quedan aquí, para siempre.
Y cuanto menos tienes, más cuenta te das cuenta de las cosas que sobran en tu vida. Tengo poco; pero si de algo estoy segura es de que no quiero personas que no me aporten; tampoco quiero falsas amistades, ni alimentadas de reproches.
¿Y los buenos amigos que prometieron nunca irse? Créeme, las palabras mueren en la boca del que las pronuncia.
Un amigo no necesita comunicar con palabras, simplemente hacen falta dos miradas que se crucen; un amigo no está cansado, si de ayudarte se trata; un amigo saca fuerzas de donde no las hay. Si la corriente te lleva, el amigo no se ahoga contigo, el amigo te saca y te lleva hasta su lado para sentirte en su regazo. Un amigo no pregunta, un amigo asiente y escucha. Un amigo llora de alegría, y se retuerce de tristeza. Puede ser que un amigo no se quite la vida, pero sí evita perder la tuya. Un amigo se alimenta de momentos y bebe de tus sueños. Un amigo es eso, eso y mucho más.
La verdadera amistad no cree en el tiempo ni en los kilómetros que la separan. La verdadera amistad es sincera; frente al orgullo y a la soberbia.
Piensa en tus amigos, cuéntalos. Ahora yo te digo que el día de mañana uno te fallará, y tú no cumplirás con otro. Al resto, cuídales. Si consigues contar al menos con uno, tienes suerte. Cuídales. Cuídales junto con tu familia, porque al fin y al cabo es lo único que te queda.
Ellos son los únicos que te van a acompañar en el tren de la vida.